Elaborado por María de la Paz Toldos, líder del Grupo de Investigación en Área Temática de Producción, Comercialización y Consumo Responsable, y Rodrigo Ochoa Jurado, profesor de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey.
En el contexto rural, la mayoría de la población practica una agricultura de producción menor, basada en el uso de mano de obra familiar. Esta agricultura de pequeña escala es fuente de importante cantidad de alimentos y trabajo: produce el 70% de los alimentos a nivel mundial y utiliza únicamente el 30% de los recursos productivos, mientras que la agricultura industrial produce el 30% de los alimentos y utiliza el 70% de la superficie, según el ETC Group, quien también estima que el 44% de la comida de la cadena agroindustrial se destina a la producción de carne, el 16% se pierde durante su almacenamiento, procesamiento o transporte, el 8% se utiliza para biocombustible o para fabricar otros productos, y el 8 % se echa a perder en los hogares, por lo que termina en la basura. Adicionalmente, al menos el 2% de los alimentos dañan la salud, mientras que sólo el 22% realmente alimentan a las personas, lo que demuestra lo ineficiente de la cadena agroindustrial.
Cada vez más, la producción mundial de alimentos se basa en un modelo de producción agroindustrial extensiva que consume suelo y recursos naturales. Esta explotación y gestión está dominada por unas pocas compañías transnacionales. Algunos expertos afirman que, para maximizar los rendimientos, el sector agroalimentario genera mayores márgenes de ganancia al empobrecer la calidad del producto y al utilizar agroquímicos y mecanizar la agricultura, siendo estas estrategias incompatibles con la vida y las actividades tradicionales del campesinado.
A partir del confinamiento del 2020 ha quedado de manifiesto que los sistemas alimentarios están ligados a la cadena internacional de suministro alimentario. De manera que, cualquier disrupción en el sistema, como la causada por el confinamiento y distanciamiento social, tiene efectos en los mercados de alimentos. Llevamos a cabo una investigación en Argentina, Brasil, Chile y Colombia con el objetivo de analizar los impactos de la disrupción de los sistemas alimentarios locales en las ciudades a partir del confinamiento del COVID-19. Integramos a este estudio el análisis de la percepción de los consumidores respecto a la disponibilidad y precios de los alimentos en los cuatro países estudiados y las diferencias por edades y género en un total de 4168 encuestados de entre 18 y 65 años.
De los siete indicadores que se analizaron, los resultados indican que el confinamiento tuvo un impacto inmediato en la percepción del aumento del precio en los alimentos, seguido de un incremento en la percepción de la falta de variedad de alimento y en menor medida, en la cantidad de los mismos. Entre algunos de los resultados encontrados, en promedio el 70.22% del total de los consumidores encuestados han percibido un aumento de los precios en el primer mes de su confinamiento (abril 2020), con mayor porcentaje en Argentina, seguido de Brasil, Colombia y Chile. Por género, las mujeres percibieron mayores incrementos en los precios salvo en el caso argentino, donde fue a la inversa.
En este sentido, resulta paradójico que dos de los países latinoamericanos con mayor exportación de granos y alimentos (Argentina y Brasil) acusen un mayor aumento en los precios de los alimentos para su consumo interno apenas en el primer mes de la crisis. Respecto a la percepción de la falta de variedad de alimentos, fue Colombia el país más afectado, seguido de Argentina, Chile y Brasil. Por otro lado, los más jóvenes consideran que la producción alimentaria local debería incrementarse y depender menos de los mercados internacionales. Este segmento, está más preocupado por el suministro o el cuidado de la producción local y busca reforzar la resiliencia del sistema local para no depender tanto de los suministros internacionales.
Los resultados de nuestra investigación son preocupantes, sobre todo de cara al invierno del 2020, cuando se ejerza una mayor presión alimentaria por parte de los países desarrollados del norte que entran al invierno y requieren importar mayores volúmenes de alimentos de países exportadores del sur, como son Argentina y Brasil principalmente, y Colombia y Chile secundariamente, ya que estos países se encuentran en verano, cuando producen más alimentos. Sería interesante realizar otro estudio similar durante este próximo invierno.
Los sistemas alimentarios globales están lejos de ser sostenibles y actualmente enfrentan grandes desafíos, como el incremento de la población y el daño socioambiental. En el futuro inmediato, marcado por grandes desafíos de carácter climático, será de vital importancia seguir apoyando a los productores locales.
Publicado originalmente en America Retail.